Bueno esto no es de AVON, pero ya que aqui os puedo hablar de todo pues os quiero dejar escrito una historia que viene en el libro "Tonto el que lo lea" los autores son los del programa de radio de EuropaFM La Parroquia del Monaguillo. Me la conto Dani (para quien lo no sepa mi novio) y me gusto mucho y queria compartila aqui con ustedes.
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LA ESCALERA
Por mi edad, tendría que pertenecer a la cultura del ascensor, pero el arquitecto que diseñó mi edificio tenía un pelo muy bonito, un maletín con terminaciones en cuero y muchas ganas de verme en forma porque olvidó el ascensor.
A mí me ha marcado un n´mero, séptimo izquierda. Los días más felices de mi vida fueron cuando, por mi corta edad, me tenían que tralsadar en coche cuna o en brazos de alguna vecina pechugona digna de regentar el estanco de Amarcord, de Fellini. Que momentos!!!, nunca los olvidaré.
Cómo me arrepiento del día que se me ocurrió echar a andar torpemente detrás de una pelotita: "Paco, Paco, el niño ya anda". Y, mientras ocurría mi hazaña de empezar a andar, un vecino mío muy viajao me grababa en vídeo como si fuera un ornitorrinco del National Geographic, presumiendo con su nueva cámara americana, que echártela al hombro era como llevar al Cristo del Gran Poder a su encierro, pero por urbanizaciones. Ese vídeo fue mi condena, la prueba de que sabía andar y el posterior descubrimiento por mi parte de la escalera.
Los niños, cuando son pequeños, tienen la buena costumbre de preguntarlo todo: "Mamá, ¿Por qué no tenemos ascensor? ¿Que hicimos en otra vida para recibir este castigo?"
No pedía un ascensor de diseño con neones sugerentes y alfombrilla antideslizante, solo pedía uno como el de los demás niños del colegio, gris, desconchado, con una chapa de una madre con su hijo de la mano, un botón con una campana y rayado en las paredes del interior con un compás: "Iron Maiden" o esa maravillosa leyenda: "La del tercero es una sucia". ¿Se puede pedir menos?
Qué infancia mas dura. Siempre estaba solo, aunque me compraran un Scalextric con 200 tuneles y 1800 vías, ningún niño venía a jugar a casa, o venían una vez y al salir era como la senda de los elefantes, cuando tenían que bajar todas las escaleras ya no volvían, era muy triste jugar al Scalextric solo. Así que me amparé en el cubo de Rubik y ya veis el resultado: acabé con un daltonismo crónico.
Eso sí, lo único bueno que tenía vivir en el séptimo izquierda sin ascensor es que no venían los vendedores de enciclopedias, ni el de Avon, ni el grupo de escolares vendiéndote la caja de mantecados con calendario de san Juan Bosco, ni los mormones el domingo, por la mañana ofreciéndote un mensaje divino. Pero aunque no me creáis, no compensaba todo eso no tener ascensor. Con el tiempo me fui dando cuenta de que mi escalera sabía mas de mí que yo mismo. Ella asistió como invitada de lujo a mi primer beso en los escalones del tercero, con un elemento de excitación, cada dos minutos treinta y seis segundos se apagaba la luz, era como si la censura aplicara uno de sus mandamientos, no dejando ver a la escalera ningún momento que pudiera herir la sensibilidad de un escalón.
Pues justamente, al igual que en las películas no toleradas que se vían en aquella época en el cine, cuando llegó el beso, la luz se fue, sentí su beso y a continuación la oí correr, como una cenicienta versión Berlanga, y sin dejarme el zapatito que solo se cae en el cuento, porque ella llevaba unos botos de Valverde dle Camino y, si se hubiera caído uno de esos zapatos, este relato sería digno de Stephen King, o sea, sería pura ciencia ficción, y este relato es totalmente verídico.
Al llegar a casa escribí una frase en un pequeño papel cuadriculado y bajé a guardarlo bajo uno de aquellos escalones despegados por el uso, uno de esos escalones que asistieron a la versión censurada de aquel primer beso. Un beso que me alejó de ella porque, según leyó en el ilustrativo libro de religión de sexto de EGB, despues de haber dado ese beso ella vivía en pecado. Así que decidió aplicar la castidad a nuestra relación, vamos que me dejó a dos velas, en ese momento de la pubertad en que del Interviú lo que menos te interesaba eran las páginas con muchas letras, importándote mas las del final donde cuentan la vida y obra de Angélica, una estudiante multiorgásmica polaca que vive sola en Madrid, un reportaje lleno de intensidad.
Estas aficiones hicieron que descubriera mi sexualidad, no hallé nada nuevo porque tenía ya la mano hecha al pasamanos de la dichosa escalera y esta nueva práctica me parecía un sobreesfuerzo, es decir, llevarte el trabajo a casa. Con el tiempo conseguí que alguna amiga me echara una mano, pero eso fue mucho después, por que tras aquel beso furtivo al compás del contador de la luz, mi vida se llenó de luz.
Pero un día llegó mi nueva vecina, la Asun. La Asun que era pa verla, creo que en ella se inspiró el creador de los Pokémon. Pero era muy buena niña y muy aseada, fue mi segundo gran amor, porque yo seguí siendo fiel a mi primer beso, pero me conformé con Asun, por no bajar la escalera. Me quedé con el producto interior bruto. La Asun era poco de leer el libro de religión de sexto de EGB y con ella descubrí mi afición a la medicina: primero jugábamos a los celadores, a los pasantes, luego a los enfermeros, los ATS y terminamos graduándonos cum laude y cum nilingus en medicina general.
Ahora que lo pienso, todos estos conocimientos los adquirí gracias a que yo vivía en el séptimo izquierda sin ascensor, porque si no hubiera perdido el tiempo jugando a la pelota en la calle, y la Asun lo hubiera hecho leyendo el consultorio sentimental de la revista Pronto con su grandioso reportaje "mi primera regla dolorosa". Un daño casi irreparable!!!!
Pero la verdad es que he cogido cariño a esa escalera. Ha sido causa y efecto de mi desarrollo como hombre y, sobre todo, ella calla mas de lo que cuenta. Lleva tantos años allí que se ha vuelto muy discreta. Después de tanto tiempo casi todos los vecinos son distintos, muchos se mudaron de aquel edificio. Y nosotros nos fuimos a una casita "adobada" con vistas al aeropuerto, vaya acierto por parte d emi padre. Que queréis que os diga, la escalera hacía menos ruido.
Han transcurrido muchos años, y hace unos días, al pasar justamente por delante de aquel octogenario edificio, me acordé de aquel primer beso, y sin echarle mucha cuenta a un policía impertinente con un silbato que me decía que circulara, dejé el coche en doble fila y me volví a encontrar con ella: la escalera. Al subir parecía como si ella me quisiera llevar donde termina esta historia, los escalones de la escalera del tercer piso donde ocurrió lo del beso.
Algo me hizo recordar aquel papel que gardé debajo de un escalón y con el tiempo olvidé, así que me agaché y, zarandeando la baldosa, logré hacerme con el y me volví a encontrar veinte años después con mi caligrafía de chaval. Solo la escalera y yo, que casi no lo recordaba, sabíamos que secreto guardaba aquel papel, y lo empecé a leer: "Nunca olvidaré tu primer beso".
Yo, que siempre tengo un chiste para cada momento, me dije: "Qué razón tenía el que escribió esto"... Todavía con mi tesoro en la mano me cautivó como canto de sirena el golpear de unos tacones de mujer que bajaban la escalera. Sin tiempo para reaccionar, apareció ella, me regaló un sucedáneo de sonrisa y una mirada de esas que hay que coger dos días festivos según convenio para salir de la hipnosis, y mientras todo ocurría yo apretaba en mi mano el papelito secreto.
Qué curioso, la vida nos colocaba de nuevo en ese cruce de caminos donde unos escalones suben y otros bajan. Aunque el tiempo nos había hecho tomar caminos distintos, porque el niño que ella llevaba de l amano -me juego un dedo y la yema del otro- no era consecuencia de aquel beso.
La nostalgia me obligó a quedarme allí sentado escuchando como sus tacones se perdían tras un eco que aún al rato permanecía, y entonces fue cuando me llamó la atención algo. La punta de un papel que sobresalía de otro de los escalones. Tiré de él hasta cogerlo en la mano y con cuidado lo abrí, era una letra como de señora mayor y solo decía: "Tu coche sigue mal aparcado".
No podía estar ocurriendo, pero siguiendo los consejos de aquella nota, salí como un rayo buscando donde había dejado mi choche y, claro, según me fui acercando al coche vi que tenía mi correspondiente multa en el parabrisas. Maldita sea. La cogí, y yo, que era todo un experto en coleccionar dichas estampas, me di cuenta de que aquella no era como las habituales, era un ahoja en blanco que fui abriendo poco a poco, hasta encontrar escrita una sola frase: "Nunca olvidare tu primer beso"...
Siempre he pensado si aquella nota qu eencontré en aquel escalon sería cosa de mi escalera. Quién sabe, toda mi vida ha pasado por esa escalera y claro, ella me echa de menos, porque ahora son distintos los zapatos y los andares que suben y bajan, pero quizá se divierta viendo cómo la censura no le deja ver el beso que los nuevos vecinos se dan en el hueco del tercero al ritmo del contador de la luz....."